miércoles, 26 de octubre de 2011

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José Repiso Moyano dijo...

La Credulidad Forzada
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La mayor parte de la gente no piensa, sino cree a pie juntillas lo que se le dice (y dicen que no, pero demuestran que sí: se creen casi todos lo que dice un demagogo o un majareto y al que demuestra no), insiste en creer y, para ello, sólo elige para informarse sus ámbitos de creencia conformados o establecidos éstos desmesuradamente a través de su vinculación y confianza a una patria -ética, cultural o política-.

Por eso los problemas no se magnifican o se dignifican en su orden humano, no, en cuanto que sí primero se idealizan en un orden corporativo, de "sois de los nuestros", de compañeros de viaje -para tapar sus errores o sus defectos también-, de identificación y a plena confianza en una consideración grupal (no global) de los problemas.

Así, con restricción, no se exponen tan imparcial o independientemente los problemas como humanos conforme a que los medios de comunicación ya sobrevaloran los que en proselitismo se han segregado, se han elegido para -de antemano- favorecer siempre a una parcialidad que, en contraprestación, luego se beneficia de un apoyo incondicional o seguro de una precisa "congregación".

En tal juego se mueven, cuando ladra un perro arrastra de inmediato a toda la jauría a ladrar igualmente en una sinfonía de automatismo pertinaz donde no entra ni cabe ni se respeta ni se tolera sólo la argumentación, el pensar, el librepensamiento, el discernimiento, la sensatez, la imparcialidad crítica, la priorización del problema humano, la desintoxicación de prejuicios, el "estatut" de la decencia, etc.
Digamos que los problemas, desde ahí, no son los que dice "Amnistía Internacional" por ejemplo, sino la enfermedad mental u obsesión editorialista de los medios comunicativos; de tal modo que como auténticas ratas de la noticia montan, sobredimensionan o dan por hechas conclusiones "catastrofistas" a las que únicamente han llegado a partir de la reacción vengativa frente a un gesto molesto, una tontería, algo que no simpatiza con una patria o bien, simplemente, que no se amolda a una manipulada congregación de corte patriótico.

Con esa constante capciosidad -juego sucio- por desgastar al otro por supuesto que no existe el pensar o el razonar, pues consiste todo en que lo más mínimo sea capaz -con manipulación, claro- de poner nerviosos a unos prosélitos y además sea capaz de infravalorar ante eso lo demás; por lo cual, ¡vean!, se logra que giren las atenciones en torno a algo que no es de primera necesidad el resolver y que a veces es fruto de la pura fantasía -como el presentar el miedo a un problema que aún no existe para crear un rechazo a progresar por cualquier lado-.

Sin embargo, tal resultado cuyo procedimiento se halla sacralizado por los intereses mediáticos, condiciona con eficacia el reconocimiento y la aclaración de lo que es estrictamente un razonamiento fundado, coherente, un decir racional y libre limitado sólo por lo que es o impone la realidad, no por susodicha creencia ciega o autómata en la representatividad corporativa, gremial o grupal.

Así, los negocios que se mueven alrededor de "sobrealimentar" una estética apoyándose en todo lo que conlleva una moda justifican miserablemente que ellos no tienen la culpa; cuando nunca, nunca una chica -por ejemplo- que naciera y viviera en un lugar aislado de la sociedad -sólo con su familia- nunca padecería anorexia; luego es algo indudablemente inculcado, luego es algo que una chica padece ya en cuanto es "bombardeada" por unos intereses mediáticos de la moda, en cuanto ve a amigas suyas triunfar con un modelo estético.